Hablando de por qué leer o no leer he recordado tamaña sentencia. La escuché hace muchos años de una joven jactanciosa: «Lo que tú lees, yo lo vivo». Quedé espantado, porque andaba yo por entonces leyendo Crimen y Castigo, y de inmediato la imaginé bajo el hacha de Raskólnikov. Lo que aquella joven me planteaba no es más que un falso dilema: leer o vivir. Falso porque ambas, la literatura y la vida, se interpenetran en numerosas direcciones. A veces, la lectura enriquece la vida cuando ésta es gris, y la vida da sentido a los libros cuando éstos no se bastan. Por otra parte, esa frase, tan aparentemente simple, remite a algo más profundo, que ha concernido a los estudiosos de la literatura desde el mismo Aristóteles. ¿Qué clase de mundo es ese que crea la literatura? No es verdad, pero tampoco mentira, de modo que se trata de una verdad alternativa (o una mentira alternativa), la famosa verdad poética (o quizá una mentira poética). En todo caso se trata de otra realidad que se le agrega a ésta que ya tenemos de balde. Es un plus, un extra, aunque no sea gratis, pues se nos cobra en tiempo. El resultado, no obstante, merece la pena, porque de lo que muchos han vivido yo obtengo una experiencia–vicaria, sí, pero experiencia al fin–a través de sus libros. De modo que no cabe oposición entre leer y vivir, sino una complementariedad interesada, en que ni una ni otra actividad serán menoscabadas. Y es que, en el fondo, se parecen mucho. No lo hice, pero a aquella joven pude haberle replicado: «En tal caso, ya estarías muerta».