Archivo mensual: febrero 2015

El consuelo de la palabra: una frase de Charles Taylor

Charles Taylor

 

 

 

 

La lectura profesional se distingue de la hedónica en finalidad, urgencia y exigencia. Se lee para producir, con prisa por dialogar con otro académico y con criterios únicos: al grano. No obstante, la liebre salta en la página más inesperada. Charles Taylor es un pensador canadiense que se ha dedicado a la filosofía política y moral, entre otros campos. Estas Navidades estaba yo leyendo The Politics of Recognition, un texto sobre nuestra convivencia democrática con ‘otros’ que no son ‘uno’ y a quienes debo reconocer en aras de la moral y la paz cívica. Es, no cabe duda, un filósofo muy notable, pero no un poeta. Pese a ello, en cierto momento, y para reflexionar sobre cuán perenne es nuestra necesidad de los otros, dice: «Even after we outgrow some of these others–and they disappear from our lives–, the conversation with them continues within us as long as we live». Que en mi versión española sería: «Incluso después de habernos separado de los otros–cuando desaparecen de nuestras vidas–, la conversación con ellos continúa en nuestro interior tanto tiempo como vivamos». Boecio, que fue torturado y ejecutado en el siglo VI por intrigas políticas, creía, con razón, que la filosofía es un consuelo en momentos de tribulación. Para mí, cuando nos toca en un punto exacto, la simple palabra lo es. No sé qué importancia le dio Taylor a esta única frase en el conjunto de una obra tan formal, pero para mí la acredita entera.


Literatos incultos

escritor

 

 

 

 

 

 

Hay en el ámbito literario–supongo que como en otros gremios–una petulancia muy extendida. Presunción de creernos, por ser letrados, cultos. No es lo mismo. Los literatos, ya sean quienes escriben ya quienes escribimos sobre aquellos, adolecemos frecuentemente de una vanidad del especialista que nos convierte en unos profundos conocedores de muy poco. La universidad, mi medio natural (sic.) desde hace muchos años, promociona a quien–me lo invento–sabe más que nadie de la poesía popular de una etnia marginal que en ciertos contextos no ha sido reconodida como debiera, y que, afortunadamente, ciertos cantautores están reivindicando por youtube (fin de la invención). Especialízate, dice el sistema, hazte tu hueco, donde no había ni materia para tal espacio. Para lograrlo, los literatos se plantan unas anteojeras que sólo dejan ver de frente, hacia aquella parcela que a nadie se le había ocurrido visitar. Entre los filólogos de mi generación ocurre algo así: los literatos, a la literatura: nada de historia (o lo imprescindible), de sociología (lo de moda), ciencia (…), psicología (cuando no surge otra cosa), arquitectura (¡!), filosofía (siempre da lustre), comunicación (¿eso es una ciencia?)… Me pasó, y desde hace unos años me afano por repararlo. Al menos un esfuerzo por leer mucho más de lo que no es exclusivamente de uno. Entonces ocurren dos cosas: que aumenta la cultura y desciende rápidamente la vanidad. También, de paso, aumenta un poquito la vergüenza.