Archivo mensual: octubre 2015

Las descortesías del masoquismo

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Hubo sádicos antes del Marqués de Sade (1740-1814); hubo masoquistas, claro que sí, antes de Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895), autor de La Venus de las pieles (1870). Ambos–se les reconoce–son los padres culturales del sadismo y el masoquismo, porque los codificaron y les dieron, además, el nombre.

Lo de Sade es, quizás, más original, porque nadie antes se había atrevido a exhibir con tal impudicia la crueldad; con George Bataille coincido en que su obra parece una «apología del crimen». Lo de Masoch me remonta rápidamente al Amor cortés de la literatura medieval y renacentista:

En las cortes occitanas del Siglo XII nació la temática para toda una corriente de la poesía occidental: damas y caballeros se entretenían en juegos de sumisión y sometimiento. El caballero se declaraba siervo, vasallo, de una mujer encumbrada e inalcanzable de quien sólo recibía desdenes y frialdades. Se establecía una relación lúdica de feudalismo en que la mujer fingía torturar a un hombre que afectaba sufrir de amor. Sobre este tipo de amor escribieron Petrarca, sobre todo, pero también todos nuestros poetas áuricos: Garcilaso, Lope, Fernando de Herrera.

Sin embargo, el masoquismo de Leopold von Sacher-Masoch introduce unas diferencias cruciales. El amor se consuma, vaya que se consuma, mientras que el amor cortés queda como una utopía irrealizable, lejos de lo físico. El masquismo se place en la invectiva, la agresión verbal, mientras que el amor cortés está plagado de fórmulas galantes de desprecio. El masoquismo exhibe sus crueldades: el humillado lo es dentro y fuera de la alcoba; mientras que el amor cortés es secreto, requisito de cualquier infidelidad. Y, en fin, en el amor cortés no llegan a tocarse, mientras que en La Venus de las pieles Wanda ejerce una crueldad física, muy física sobre Gregor:

Se ha acercado a la chimenea, ha tomado el látigo de la repisa y, contemplándome con una sonrisa, lo ha hecho restallar en el aire; luego, se ha subido lentamente las mangas de su chaquetón de pieles.

– ¡Hembra maravillosa!- he exclamado.

– ¡Calla, esclavo! – de repente su mirada se ha vuelto sombría, incluso salvaje, y me ha azotado con el látigo (…)


Un tótem para mi madre

La Granja en Otoño                                                                Ando leyendo ahora uno de los manuales clásicos de la Antropología cultural (que lleva este mismo título), y me he enterado de que hay una cultura, los arunta de Australia, cuya religión está muy asociada con la madre. En este pueblo, «cada individuo se identifica con un tótem de un lugar sagrado cerca del cual pasó su madre poco antes de quedar embarazada» (361).

Este es el problema de leerlo todo literariamente, incluido Marvin Harris. Que, por una parte, se acomodan las ideas libremente y poco más o menos hay de las vísperas de la concepción a las vísperas del alumbramiento, para lo que aquí quiero contar. Por eso, he recordado la historia que mi madre me relataba: «Hijo, vísperas de tu nacer, di yo un largo paseo por los jardines de La Granja.» El lugar debía de tener el aspecto que tiene en la foto, porque nací en otoño, y mi temperamento es otoñal: propenso a la melancolía y la introspección, adicto al espectro de lo caedizo, el cobre y el amarillo.

Dice Harris que los tótem son elementos de la naturaleza a los que ciertas culturas atribuían, entre otros, un valor protector. Bien, yo ahora vivo en el Caribe, muy lejos de tales latitudes y del clima continental que tanto añoro, donde las estaciones cambian y el humor con ellas, pero he aprendido que el pasado es casi lo único real, al contrario de lo que dice el tópico.

El tótem que, hoy por hoy, decido adquirir, al que me dirijo en búsqueda de consuelo podrían ser bien estos jardines. Pero no la parte versallesca y monumental en la que se detienen los turistas, sino la parte montañosa, que asciende por la ladera del Peñalara, más silvestre e íntima, donde es posible ver, incluso, un corzo. La parte donde ahora, si cierro los ojos, puedo ver a mi madre caminando una fría tarde de octubre.


A mis amigos y, sin embargo, lingüistas: acerca de la Literatura

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Hay una falacia muy corriente que consiste en negar la premisa implícita de mi aseveración. Por ejemplo: «No soy racista, pero creo que blancos y negros no deberían convivir». Implícita a este aserto se halla una proposición del tipo «Sí soy racista», que la aseveración explícita contradice flagrantemente.

Pues bien, quiero comenzar incurriendo en el mismo error argumental: con este texto no quiero criticar a mis primos los lingüistas, pero debo hacerles una enmienda a valoraciones muy frecuentes que les he oído acerca de mi campo, la literatura.

En un loable afán de ofrecer modelos omnicomprensivos del lenguaje, la lectura, la escritura, los textos, la comunicación, etc., la Lingüística se tropieza con frecuencia con la Literatura. No quiero meterme ahora en disquisiciones acerca del concepto de literatura, así que diré, con la RAE, que es el «arte de la expresión verbal». Es esa primera palabra la que lo complica todo y la hace inclasificable e irreductible. No hay equiparación posible entre un prospecto médico y un poema, entre una tratado jurídico y una novela, entre un artículo académico y un ensayo de Montaigne. Sí hay comparación, pero no equiparación, porque son cualitativamente distintos. El problema es que se los entiende cuantitativamente distintos: es decir, que la literatura tiene algún ingrediente más, agregado, que no poseen otros tipos de textos.

En la historia de Ciencia de la Literatura, desde el formalismo ruso, se ha tratado este asunto. El problema es que–y así lo he oído en varias ocasiones–se reduce la literatura a dos de sus rasgos, ingredientes añadidos que harían de cualquier otro texto un texto literario: la estética y el placer. Por tanto: prospecto médico + placer + estética = Literatura. Más: tratado jurídico + placer + estética = Literatura. Un artículo académico cuya lectura produzca placer y, además, esté bien escrito = Literatura.

Así, quienes se ocupan del lenguaje en general contemplan todas sus manifestaciones y dicen: los textos periodísticos informan, textos literarios poseen un componente estético. O bien, los textos jurídicos estatuyen, mientras que los textos literarios generan placer. Y hasta ahí.

La literatura es una manifestación cultural mucho más compleja y rica que un texto más al que se le hayan agregado el ornato y el gozo. La literatura es la expresión lingüística que encauza realidades, ficciones, psiques, demonios, alegatos, creaciones, intuiciones, hallazgos, dudas, añoranzas, violencia y sexo. Es más, la literatura puede que no produzca ningún placer y no por ello dejar de ser un arte. Puede que busque la invisibilidad estética y no por ello dejará de ser literatura. En fin, que la literatura es un arte de milenios de antigüedad de enorme riqueza y complejidad a la que hay que acercarse con el respeto y la confianza con que uno se acerca a un padre.