Un tótem para mi madre

La Granja en Otoño                                                                Ando leyendo ahora uno de los manuales clásicos de la Antropología cultural (que lleva este mismo título), y me he enterado de que hay una cultura, los arunta de Australia, cuya religión está muy asociada con la madre. En este pueblo, «cada individuo se identifica con un tótem de un lugar sagrado cerca del cual pasó su madre poco antes de quedar embarazada» (361).

Este es el problema de leerlo todo literariamente, incluido Marvin Harris. Que, por una parte, se acomodan las ideas libremente y poco más o menos hay de las vísperas de la concepción a las vísperas del alumbramiento, para lo que aquí quiero contar. Por eso, he recordado la historia que mi madre me relataba: «Hijo, vísperas de tu nacer, di yo un largo paseo por los jardines de La Granja.» El lugar debía de tener el aspecto que tiene en la foto, porque nací en otoño, y mi temperamento es otoñal: propenso a la melancolía y la introspección, adicto al espectro de lo caedizo, el cobre y el amarillo.

Dice Harris que los tótem son elementos de la naturaleza a los que ciertas culturas atribuían, entre otros, un valor protector. Bien, yo ahora vivo en el Caribe, muy lejos de tales latitudes y del clima continental que tanto añoro, donde las estaciones cambian y el humor con ellas, pero he aprendido que el pasado es casi lo único real, al contrario de lo que dice el tópico.

El tótem que, hoy por hoy, decido adquirir, al que me dirijo en búsqueda de consuelo podrían ser bien estos jardines. Pero no la parte versallesca y monumental en la que se detienen los turistas, sino la parte montañosa, que asciende por la ladera del Peñalara, más silvestre e íntima, donde es posible ver, incluso, un corzo. La parte donde ahora, si cierro los ojos, puedo ver a mi madre caminando una fría tarde de octubre.