Archivo mensual: octubre 2018

Consejos simples para lectores reacios a la poesía (I)

Poesía difícil

Amigos y alumnos me han dicho que no leen poesía porque les resulta lejana, inaccesible, poco natural. Aquí va una primera tanda de consejos para acercarse a la poesía.

1. No intentes entenderlo todo

Los poemas son, en general, más densos que la prosa. En una primera lectura puedes entender una parte. Puedes leerlo dos veces, o leerlo un año más tarde. ¡O ni siquiera volver! No hay prisa con la poesía.

2. Busca referentes

Los referentes son aquellas cosas de nuestra realidad a las que alude el poema. Puede ser un paisaje, una emoción, una persona. Si hallas este elemento, tendrás un ‘anclaje concreto’ con el que relacionar otros elementos más abstractos.

3. No radicalices tu razón

Mucha poesía no tiene sentido, no tiene lógica. Sentido y lógica son nociones racionales y la poesía, frecuentemente, crea a partir de lo irracional, lo instintivo, lo sensitivo, lo simbólico.

Veamos un ejemplo

                           digamos que ganaste la carrera

                           y que el premio

                           era otra carrera

                           que no bebiste el vino de la victoria

                           sino tu propia sal

                           que jamás escuchaste vítores

                           sino ladridos de perros

                           y que tu sombra

                           tu propia sombra

                           fue tu única y

desleal compañera

Blanca Varela (1926-2009), poeta peruana.

1. Léelo una, dos veces. Con lo que has entendido, quédate, no te desesperes. Pero lee despacio. Recuerda: no puede haber prisa con la poesía.

2. ¿Qué referentes hay?

Lo más evidente: el poema habla a un “tú”: ganaste, bebiste, escuchaste.

Hay un “carrera” (de la clase que sea, de momento), de modo que parece haber un “premio”, “vítores, una “victoria”.

Pero también hay “perros” y una “sombra”.

3. No es lógico…

Un acérrimo racionalista diría: ¿No estaba hablando de una carrera? ¿Por qué salta a la sombra? ¿Qué narices hace aquí una compañera? ¿Es una compañera del equipo deportivo? ¿La ha traicionado? ¿Le echaron sal por la cabeza? ¿Cómo puede ser el premio de una carrera otra carrera?

Un lector de poesía debería pensar: ¿Y si la carrera no es tal carrera? ¿Y si la carrera habla de otra cosa que no es una carrera (símbolo)? Sintamos: hay cosas hipotéticamente buenas (es un supuesto, la poeta dice “digamos”), y muchas cosas que resultaron malas: “no bebiste”, “sal”, “jamás”, “ladridos” (a nadie le ladran, si triunfa), “desleal”.

Una primera interpretación:

Alguien habla a otra persona (¿y si es la misma?) de una carrera que nunca terminó, porque nos dieron otra (ninguna de las dos fueron carreras reales), y además no nos dieron un premio, sino sal, perros ladrando y una sombra, que además no es buena compañía.

Conclusión: ¿DESENGAÑO? ¿SOLEDAD?

Es suficiente: si queremos entender más, podemos leerlo más veces, u otro año, o nunca más.


La princesa no está triste

Cisne.jpg

Rubén Darío y el Modernismo literario pueden evocar lo superficial. Es un cliché que los noventayochistas impulsaron y que Enrique González Marínez remató con su famoso soneto «Tuércele el cuello al cisne». Para este poeta mexicano, el cisne, emblema de la corriente que quería superar, «no siente el alma de las cosas».

Hay un poema celebérrimo de Darío que condensa gran parte de la simbología modernista, la «Sonatina». Sus dos primeros versos dicen:

La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa.

Junto a la princesa hay caballeros, dueñas, bufones, halcones, pavos reales y, por supuesto, cisnes. Se dice–incluido el mismo poeta nicaragüense–que estos ambientes medievales idealizados eran formas de evadirse de un tiempo vulgar y pacato. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, imperaba el materialismo de la burguesía y proliferaban multitud de inventos que despojaban a la vida de romanticismo: luz eléctrica, teléfono, avión, automóvil, cine, etc.

Sin embargo, quiero subrayar que no es lo mismo ser superficial que esconderse bajo la superficie. En el poema entero, la «Sonatina», la princesa no habla. Sólo el poeta aventura hipótesis para explicar su melancolía: «¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda?». Y, casi al final, un hada madrina le dice casi lo mismo: el beso de un príncipe la consolará. E insisto: la princesa no habla. No ha dicho nada.

En un mundo arcaizante, aristocrático y hedonista, óptimo refugio de la gris sociedad que repudiaba Darío, la princesa no debería estar triste. Y es que, en verdad, no está triste, está hastiada. No está ni siquiera aburrida, aunque parezca una niña pija cansada de lujos. Tiene algo distinto. La aqueja el famoso spleen de la sociedad moderna. Un tedio sin causa concreta que se enraíza en la angustia existencial. Todo muy profundo e inasible, el desasosiego. Todo muy lejos de la superficialidad que se les atribuía a los modernistas.