Archivo mensual: enero 2020

Misántropo lo será tu…

 

Camús.jpg

De tanto leer, se me mezclan las cosas con los libros, las personas con los personajes, las semejanzas verosímiles con las metáforas. Por eso, cuando un compañero de trabajo me han preguntado qué estaba leyendo, me ha quedado la sospecha de que se ha sentido aludido, personalmente concernido, incluso dolido.

Estoy leyendo La caída, de Camús, una novelita que puede adscribirse a un subgénero de la literatura universal reciente (¿250 años?) que se me antoja llamar «fábulas morales de misántropos». De las muchas que debe de haber, he leído un puñado. Ahora me acuerdo, en primer lugar, de los Apuntes del subsuelo de Dostoyevsky, el mundo novelesco de Kafka, entero, El túnel de Ernesto Sábato, Un mundo exasperado de José Ángel González Sainz y otras muchas.

Suelen ser narraciones cortas en las que un individuo monologa contra el mundo, que le parece estúpido, degradado, miserable, despreciable. Es un solitario con rasgos de sociopatía que se deleita en provocar, destruir, levantar los cimientos morales del mundo contemporáneo. Estas obras reflejan crisis morales muy nietzscheanas que pretenden subvertir el orden y desembocar en nadas muy peligrosas. Se hunden en ese pantano que prefiere pensar sobre vivir a vivir sin pensar, el existencialismo.

En fin, que estos individuos son personajes, pero como se me ha secado ya el cerebro veo misántropos así por doquier, en la realidad. Más o menos, así ha sido la conversación con mi compañero:

ÉL (amistoso, mañaniego): ¿Qué lees? ¡Ah!, La caída, de Camús.

YO (seco, altanero): ¿Lo has leído?

ÉL (sincero, modesto): No, ese no.

YO (con hastío petulante y un ápice de desprecio): Es una fábula más de misántropo. He leído ya muchas de éstas y me tienen harto.

ÉL (desorientado, huidizo): ¡Ah, una fábula de misántropo!

¿No lo veis claro? El misántropo era yo.


Mi hijo cree en Dios

REZO.png

Sí, mi hijo cree en Dios, pero yo no.

Esto de la fe (por simplificar lo llamo así) es una cuestión muy generacional.

Mi padre era un ateo recalcitrante. Padeció a un padre autoritario, oficial del ejército de Franco. Dice Raymond Carr que la Iglesia era una de las familias del franquismo. Sospecho que mi padre proyectaba en la Iglesia la rebeldía que sentía contra su familia y contra Franco. Es un entramado de asociaciones que explica, en parte, su descreimiento.

Mi caso es distinto. Mi madre apostató y mi padre trató de inculcarme su anticlericalismo; mi madre era artista bohemia (al principio, bohemia al principio) y mi padre intelectual. Juntos reforzaron su militancia contra la dictadura y contra la religión. Con todo, no soy recalcitrante, ni siquiera ateo, sino que cultivo un  agnosticismo muy previsor, porque nunca se sabe, y porque me cautiva el irracionalismo acientífico. Además, siento mucho respeto por la espiritualidad de los demás.

Mi hijo se ha criado en la República Dominicana. Allá aprendió a hablar de «papá Dios», sin que yo jamás osara corregirlo. Cuando me preguntaba por Él, le decía sin medias tintas que yo no creía, pero mucha gente sí. Callaba, tranquilo, y se reafirmaba: «yo sí». En las últimas semanas, con la llegada de la Navidad, mi hijo ha postulado su primera cosmogonía: primero fue Dios, que no tuvo padres; de él nacieron, primero, los Reyes Magos, y después Papá Noel, y, finalmente, la princesa Rapunzel, de cuyo origen no puedo acordarme.

Yo no he sufrido traumas familiares ni me ha oprimido dictadura alguna, de modo que no tengo resentimientos ni fobias. Por eso no quiero entrometerme en el sentimiento de trascendencia de hijo (que yo también tengo, cada vez más vivo), pero debería hablar con él para deshacerle este confuso panteón de deidades, personajes de Disney y criaturas de leyenda.