Siempre he desconfiado de los consejos. Por orgullo, durante la petulante juventud; por escepticismo, más adelante. Pero quiero justificar esta desconfianza. Y es que la idea del consejo, ya de por sí, no resiste un juicio racional. Entiéndase el consejo como una recomendación fundada en la experiencia propia para una experiencia ajena, sobre la base de una identidad de dichas dos experiencias. Ahora bien, supongamos que no hay tal identidad. Supongamos que mi experiencia no se parece a la tuya, porque se dio en un tiempo y en un lugar distintos; porque yo, siendo diferentes tú y yo, la experimenté diferentemente. Supongamos que no hay forma de que existan dos experiencias iguales, pues la realidad es infinitamente plural, y la decepción que sufriste poco se parece a la mía, tú desaliento nada tiene que ver con el mío, o mis esperanzas con las tuyas. Entonces, volado este puente que permitía llevar tu consejo desde tu mundo al mío, asumida una–en cierta manera que no creo pesimista–radical soledad del hombre, ¡qué arriesgado es dar un consejo! ¡Qué impertinente muchas veces!
Una persona a quien quiero halló hace poco unas líneas de Shakespeare que reflejan bien lo que quiero decir. Proceden de Mucho ruido y pocas nueces, una comedia romántica de enredos que data posiblemente de finales del siglo XVI. Me cansan las comedias de enredo, y esta no es una excepción, pero tratándose de Shakespeare siempre es posible hallar una joya entre la paja. Ya finalizando la trama, en el acto V, Leonato se lamenta de que su hija haya sido inmerecidamente agraviada. Ante sus quejas, Antonio le recomienda el consuelo de la razón, y aquél replica:
«Es un deber de todos los hombres predicar paciencia a cuantos se retuercen bajo el peso de la desdicha, pero ninguno tiene virtud ni entereza para mantenerse tan moralizador cuando esa misma desdicha pesa sobre él. Por tanto, no me des consejos. Mis penas gritan más alto que tus reflexiones»
4/09/14 at 5:52 am
Tema espinoso.
Cierto es que una experiencia puede no valer para otro, pero ¿y si lo hace? ¿y si el aconsejado extrae precisamente lo que necesita para resolver su trance?
Los consejos parten de muchos supuestos, desde el amigo que ve similitudes con lo que él ha vivido y trata de ahorrar sufrimiento al que tiene el problema, hasta el prepotente que habla porque (conscientemente o no) trata de que su palabra sea ley, e incluso los que se ofenden si no sigues sus indicaciones al pie de la letra.
Por tanto, opino que los consejos se deben siempre agradecer, y después valorar y saber si se toman en cuenta. Si la persona que lo ha dado es suficientemente inteligente, se dará cuenta de que el aconsejado puede o no seguirlo, pues sólo éste es el que tiene todos los datos para obrar.
25/09/14 at 3:52 pm
Totalmente de acuerdo contigo, Miguel. La casuística es enorme…
21/09/18 at 7:30 pm
[…] tiempo publiqué aquí una entrada sobre la impertinencia de los consejos. Quiero reafirmarme ahora, porque creo que las experiencias individuales son intransferibles. En […]