El imperio de los niños

NIÑO EMPERADOR

Cada uno tiene de su infancia dos versiones. Lo que recordamos nosotros y lo que nos recuerdan los demás–padres, tíos, amigos–de cómo éramos. Ambas son probablemente falsas, pero más valen estos testimonios que nada. Pues bien, yo no recuerdo ni me recuerdan con el poder de los niños de hoy en día. Supongo que a nadie de mi generación ni a las anteriores, por supuesto.

No hablo específicamente del niño tirano a cuyos gustos se someten sus padres, y que la psicología tiene perfectamente estudiado. Hablo más bien de una hegemonía inintencionada que los niños adquieren en la vida de sus padres. No es que manden ni se impongan ni se resistan a unos padres débiles. Todo esto lo hay, lo sé, pero no lo tengo cerca, ni lo veo, ni es mi caso. Es una suerte de protagonismo excesivo que ostentan los hijos para los padres. Se trata de un giro copernicano según el cual los padres pasan a rotar continuamente en torno al hijo y que se revela en la vida social de las familias.

El amor que inspira un hijo tiene una dimensión incomparable, que deja chicos todos los demás afectos. A mí me ocurre y al resto de padres normales también. Nunca hemos querido tanto ni de forma semejante. Pero ocurre que muchos de mis colegas de paternidad han abdicado de su individualidad. Me irritan secretamente los padres que no hablan más que de sus hijos. Me aburre. Me cansa. Acabo alejándome. Ya no existe para ellos la cultura, el chisme, lo prohibido, el cine, las reformas, las expectativas, la naturaleza, dónde viven los más feos, dónde los más guapos, ¿somos racistas?, ¿bajo qué condiciones matarías a alguien? No importa cuán variados e interesantes puedan ser los temas a nuestra disposición; no vuelve a hablarse de cosa distinta a los niños.

Además del hecho en sí me intriga la causa, para la cual solo tengo hipótesis. 1) los padres poseen una nueva moral supercomprometida con la infancia que otorga al niño todos los privilegios, incluido el de ser tema de todas las conversaciones; 2) los padres se han vuelto obsesivos y no pueden retirar su atención de los hijos un momento; 3) los padres no tienen de qué hablar, simplemente eso, porque no ven cine o no leen o no se enfrentan a dilemas o se han reducido a una vida vacía.

Puede ser alguna de estas razones o ninguna, o una combinación de ellas.

En mi caso, amo a mi hijo más que nada en el mundo, pero soy feliz con la paradoja de que no es el centro de mi mundo. Si sólo hablara de mi hijo me convertiría en un padre emocional e intelectualmente desmedrado, lo cual no querría ni mi propio hijo.