Mi vida conserva ahora un delicado equilibrio en la mediocridad. ¡Sensu estrictu es lo que quería, no puedo quejarme! Las mudanzas que me sobrevienen son leves empeoramientos. Me parece que en el mundo ocurre algo semejante: si no se mantiene pendiente de un hilo, se precipita en guerras, desastres o procesos deshumanizadores. Cambios, además, bruscos, sorprendentes, repentinos.
Las mejoras, si las hay, suceden gradualmente y nos pasan inadvertidas. Nunca recibimos anuncios de este tipo: «Acabamos de descubrir que tiene usted una salud de hierro». «Por una maravillosa casualidad ha venido un viento cargado de humedad y nutrientes que dará una cosecha histórica». «El dictador, esta mañana, se ha levantado con unas ganas irrefrenables de condonar todas las penas». No. Si algo bueno sucede necesita de tiempo, esfuerzo y mucha discreción y deja un regusto de insatisfacción.
Cuando pienso algo así–que mientras escribo ya me está pareciendo una banalidad–, tengo la frágil impresión de haber alumbrado una idea original. Entonces leo y leo y acabo escuchando la voz que lo pensó y lo dijo mucho mejor y antes. Leed este poema de Ida Vitale, fantástica poeta uruguaya que ha recibido el último premio Cervantes:
El azar, ese dios extraviado
que libra su batalla, fuego a fuego,
no está solo escondido en la catástrofe;
a veces un gorjeo lo delata
y sobornado, entonces
admite durar un poco la alegría.
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