Sucede a veces que me canso de los demás. No de todos. Mi familia y buenos amigos están a cobijo de estos vaivenes. Me ha ocurrido siempre, desde niño. La diferencia, ahora, es que he aprendido a manejarlo y a ocultarlo, porque no es justo ni grato tratar con alguien que un día se te abre con el don de gentes de un relaciones públicas y otro día se cierra como un misántropo. No es justo para los demás ni sano para mí. Me desconcierta convertirme en dos personas, una muda y cabizbaja, y otra que la recubre, efusiva y habladora.
Ha sido un descubrimiento reciente. Antes de ser docente, estaba inerme. Tenía explosiones de sociabilidad y, de pronto, cedía a las ganas de recluirme y callarme. Estas ganas me siguen acuciando sin saber muy bien por qué. Sin embargo, el hábito de hablar en público, preguntar a los demás por su vida, sus esperanzas y sus cuitas, las muchas veces que he cambiado de país, cultura y trabajo, todo ello me funciona como una inercia mecánica que impide que los demás lo adviertan.
Hasta este escrito, supongo.
10/11/19 at 9:20 pm
Me he sentido identificado, será una tara genética.
8/09/21 at 7:40 am
Gracias, primo. Quizá sí, quizá sí.
20/09/20 at 1:21 am
Orale, te comprendo exactamente. También lucho con la ciclotímia
20/09/20 at 1:21 am
De que país eres?
20/09/20 at 7:14 am
Hola, Sherezade. Soy español. Me alegro de que te hayas sentido identificada. Gracias por tu comentario.