
Duelo a garrotazos, Goya
Los políticos a los que me refiero son aquellos que anteponen la ideología a la realidad que tienen el deber de gestionar. Y si no la anteponen, parten de su ideología, que precede a todo. Normalmente, ya sean gobernantes o parlamentarios, no saben de sanidad, sino de ideología sanitaria; no saben de educación, sino de ideología educativa, y así se sigue las lista.
Los periodistas a los que me refiero son los mejor pagados de sus emisoras o los más aguerridos en la defensa de la línea editorial de sus periódicos. Viven con los primeros una vida simbiótica, porque aquellos acuden a estos para difundan sus ideas y las hagan resonar, las multipliquen como un repetidor. Y estos están pendientes de aquellos porque alimentan el ardor de sus palabras durante las horas de radio que ocupan y a lo largo de los renglones que escriben.
Los publicantes a los que me refiero usan Whatsapp, Facebook o Twitter. Tienen muy claro cuál es el partido correcto, decente y cuál el malo, el incompetente, el perverso y copado por sinvergüenzas. Te reenvían, copian o retuitean mensajes que dicen «las cosas claras», que ponen a los otros «en su sitio», que dicen «la verdad que nadie sabía». Son los más lamentables porque los políticos y los periodistas viven de sus ideas, ganan dinero para comer comprar casas o contratar estancias vacacionales, pero estos últimos lo hacen por gusto, por pasión, por furor.
Los políticos, periodistas y publicantes a los que me refiero tienen un pensamiento dicotómico: ellos y nosotros, lo bueno y lo malo, decentes e indecentes, comunistas y fachas, dueños de la verdad y recalcitrantes en el engaño… Es decir, que no tienen pensamiento. Pueden tener ideas, pero no es lo mismo, porque el pensamiento son las ideas en movimiento, entrechocándose.
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