
¿Cuánto tiempo me queda? Probablemente menos del que he disfrutado ya. De joven, alimentaba el ridículo afán de leerlo todo. O, al menos, todo aquello que me parecía imprescindible, canónico. ¡Pero no hay tiempo!, más aun cuando la lista de títulos crece ad infinitum, por una parte, y cuando mis intereses librescos han variado tanto, por otra parte: ¿Por qué tanta literatura? ¿Qué hay de la Historia, la Antropología, y la Ciencia, tanta Ciencia?
Así que, toca priorizar, sopesar los libros en una mano casi por su peso en gramos, descartar un libro por otro y, ¡ay pecado que me prometí no cometer!, abandonar la lectura de un libro bien avanzado porque resulta que no me gusta (lo siento, Zafón).
En el fondo esto es un reflejo de una conciencia de madurez más amplia. Se lo oí a Sebastián Álvaro, gran alpinista español (y lector). Una de las decisiones más importantes que ha de tomar un hombre, decía en una conferencia, es decidir en qué invertir nuestro tiempo sobre el planeta.
Se me ocurre ahora que su reflexión y la mía pueden fundirse en una. Acaso la decisión no sea la de leer un libro u otro, sino la de cerrar cualquier libro, por sagrado que parezca, y arrojarse a la calle a estrujar el mundo con las manos.
