La extensión como cualidad narrativa: ‘Malena es un nombre de tango’, de Almudena Grandes

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La narración es un acto aeróbico. Tanto para quien la escribe tanto como para quien la lee, está relacionada con los alientos largos o cortos. Es más, en la narración el ritmo lo es todo. En muchas páginas caben ritmos ágiles (muy propios de la narrativa estadounidense) y ritmos morosos (muy característicos de la novela europea). Almudena Grandes pertenece, me parace, a este segundo grupo. Hay una virtud suya de la que quiero hablar. Per se, la extensión no es una virtud del género novelístico, pero cuando se incardina dentro de una poética que la demanda con naturalidad se convierte en un valor. Página tras página hasta más allá de las setecientas, Malena es un nombre de tango va envolviendo al lector de un modo que un texto breve no podría hacerlo. La novela cautiva por tiempo, por peso, por compañía, por perseverancia. Además de sus evidentes virtudes literarias, Almudena Grandes escribe para sumergir. Crea una especie de asfixia de la que uno quiere zafarse y, al mismo tiempo, en la que se quiere permanecer. No he dicho nada de la historia. Brevemente: Malena, miembro de una familia de antepasados conquistadores, busca su camino bajo la ominosa creencia de saberse marcada por un mal que aqueja a los descarriados de la estirpe. La historia, en sí, no es extraordinaria, y la protagonista me resulta con frecuencia irritante y ajena. Pero esto acaba siendo lo de menos. Almudena Grandes crea un mundo dentro del cual ya sé moverme y al que quiero regresar.


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