Escribir una novela es, en pocas palabras, elaborar una materia. Darle forma a un contenido. Estructurar la historia de unos personajes en un tiempo y un espacio. Esta labor, con ser crucial y difícil, no lo es todo. No justifica por sí sola la calidad de un libro.
Sorry recibió el Premio Friedrich Glauser 2010 a la mejor novela negra de Alemania, Suiza y Austria. La obra cuenta la historia de un grupo de amigos extraviados que deciden fundar una empresa insólita, «Sorry», que se encarga de intermediar en el perdón. Es decir, que se disculpa por otros. Empresarios, clientes, hombres corrientes, la contratan para pedir perdón. Los contratos se suceden lucrativamente hasta que reciben el encargo de un asesino de disculparse con su víctima y, de paso, de deshacerse del cadáver.
En la solapa de la contraportada de la edición de Seix Barral que yo tengo (2011), recogieron una decena de elogiosísimas críticas que alaban la construcción, la trama, las múltiples perspectivas y el efecto cautivador que todo ello tiene sobre el lector.
Pues bien, seducido por tales palabras lo compré y lo leí rápidamente. Y encontré que, en efecto, el autor crea una arquitectura narrativa compleja, sorprendente, engañosa a tramos. Original, lo reconozco, en algunos aspectos. Además, la riqueza de perspectivas y la implicitud de las voces abocan a un final sorprendente
Sin embargo, una buena construcción no basta. Los personajes carecen, para mí, de interés. La pandilla de jóvenes desorientados sobre quienes se abate un horror inesperado me resultan, con frecuencia, planos, desdibujados. Las escenas están llenas de clichés cinematográficos, lo cual no me irritaría tanto de no ser porque cubren carencias creativas. La crueldad explícita no se justifica en el rencor ni en la venganza. No hay reflexión de calado ni consistencia significativa. La pretendida meditación sobre la culpa y el perdón se queda en un adorno banal, muy superficialmente tratado.
En fin, que una construcción, por más enredada que sea, no basta, y tanto crítico debiera saberlo. Y si lo sabe, no debería ocultarlo con fines mercantiles. El arte es insobornable, no porque no lo merezca sino porque es imposible ocultar la vaciedad.
Sorry es un edificio vacío.
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