Cómodo en la excentricidad; así me siento. Hubo un tiempo en que–como a todos–pudo preocuparme disonar de las modas, pero ahora, porque la vida hace su trabajo, ya no es así.
Con todos sus realitivismos, sus desautorizaciones, su ludismo, la posmodernidad parece cosa muy seria comparada con la vanidad de comienzos de este siglo. Salta a la vista en la televisión, los premios literarios, las redes sociales, las reuniones sociales. Pero se desliza subrepticiamente donde no la esperaba: en la vida académica ha permeado bajo paradigmas subvencionados.
Herético aquel que se atreva a defender la clase magistral, aquella en la que un letrado (en sentido literal, aquel que ha adquirido una cultura distinta y admirable), transmite (¡verbo prohibido!) sus conocimientos a un público que le escucha activamente. Cuánto le debo a aquellas clases en las que un buen profesor disertaba pacientemente. Cuánto he aborrecido, hay que recordarlo, aquellas lecciones en las que un mal profesor peroraba interminablemente sin permitir la menor intervención o discrepancia. Porque de eso se trata. No hay intrínsecamente nada malo en la exposición de un sabio. Es el maluso y el abuso lo que pervierte la práctica.
Pero cuando ésta se da bien, cuando se da una comunicación en que el oyente está callado pero no pasivo, se produce un fenómeno análogo a la lectura. Recuerdo de nuevo aquellos versos de Quevedo: «vivo en conversación con los difundos / y escucho con mis ojos a los muertos». Porque escuchar una lección magistral–cuando ésta es verdaderamente magistral–es casi lo mismo que leer una obra magistral. No por casualidad se llama ‘lección’.
Flagrante contradicción querer incitar a la lectura cuando se repudia toda forma de escucha a los maestros. Veo en esto un reverbero sin fuerza de las profundas rebeldías de Lyotard y compañía; un sucedáneo de la posmodernidad.
Porque una y otra (leer y escuchar son casi casi la misma cosa) son caras de una misma actitud del sujeto paciente, de quien guarda un silencio insumiso, crítico, rumiante.
7/11/16 at 7:05 pm
Me encanta el artículo. O ensayo. O pieza.
¿Cómo definirlos… profesor? 😉
14/12/16 at 12:41 pm
No sé, la verdad… Gracias, Miguel.