No todos los clásicos lo son por calidad. Quiero decir, hay clásicos malos, cuya importancia procede de su valor histórico. Por ejemplo, La Araucana, de Alonso de Ercilla, no es, a mi juicio, una gran obra. Es desigual, aburrida con frecuencia, llena de clichés, pero es el poema heroico culto más representativo en nuestra lengua. Y, sobre todo, es importante por lo que Tzvetan Todorov llama el mayor encuentro con el otro en la Historia: la conquista de América.
Fuera de esto, yo siempre leo bajo el adagio de Quevedo de que leer es conversar con los difuntos. Tan importante es para mí esta idea, tanto en ella creo, que Ercilla me ha dado una alegría, me ha contado un chiste.
Un poema heroico es un texto muy solemne. Además de componerse en endecasílabos y organizarse en octavas reales, La Araucana lo protagonizan héroes de una pieza, entregados a emociones sublimes: valor, sacrificio, patriotismo. Entre muertes, victorias, sangre y derrotas, no hay espacio para el humor. Sería una impropiedad, un irrespeto—como dicen mis convecinos dominicanos—al decoro que este tipo de género exige.
Pero llega un punto en que—como Homero—el escritor se cansa. Alonso de Ercilla no es Cervantes, y cuando Cervantes se cansa escribe una obra como el Quijote, una irreverencia carnavalesca (Bajtín) que mata de risa a los libros de caballería. Pero Ercilla no llega a abjurar del tono elevado, no llega a ningún momento a la rebelión. Siempre serio, siempre solemne, sólo se permite algunos episodios amorosos o bucólicos, muy propios de su tiempo, por cuya causa no desmontan nada.
Sin embargo, cerca del final de la obra, en el Canto XXIX de la Parte II, narra Ercilla cómo los araucanos apuestan en el combate entre dos de sus caciques más notables. Es una batalla por vanidad en la que, quienes no tienen ropas, tierras, ganados, granjerías, apuestan esto:
Algunos que ganar no deseaban / las usadas mujeres apostaban.
Humor machista, sí, para 2016, pero humor y al fin y al cabo en 1578, cuando se publicó esta parte (si me lee algún aficionado de lo políticamente correcto, que se cure de espanto leyendo a Quevedo). Me ha simpatizado esta concesión a la broma que Ercilla, harto de tanta solemnidad, ha hecho, no sé si adrede.
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