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Soñar con los muertos

hijos de la ira

Soñar con los muertos es como doblar una esquina y toparse con un conocido a quien no se ve hace mucho tiempo.

— ¡Estás igual! ¡No has cambiado nada! —dice uno.

— Tú, en cambio… te veo mayor, más viejo — dicen ellos.

Son muy sinceros. Y tienen razón.

Ya decía Dámaso Alonso en un libro estremecedor de la posguerra, Hijos de la ira, en un poema para mí luminoso, no muy reconocido en el conjunto, pero que me parece de los mejores, “El día de los difuntos”:

¡Oh! ¡No sois profundidad de horror y sueño,

muertos diáfanos, muertos nítidos,

muertos inmortales,

cristalizadas permanencias

de una gloriosa materia diamantina!

¡Oh ideas fidelísimas

a vuestra identidad, vosotros, únicos seres

en quienes cada instante

no es una roja dentellada de tiburón,

un traidor zarpazo de tigre!

 

Tanto nos aventajan los muertos, quiere decir el poeta, porque se han hurtado a la mordida del tiempo (el tiburón, el tigre). Están a salvo. Permanecen «cristalizados» en una dimensión eterna, con el rostro y el cuerpo que a nuestra memoria se le antoje seleccionar para ellos. Nosotros, en cambio, estamos expuestos, sujetos al tránsito.

Pero hay algo en lo que nosotros sí los aventajamos a ellos, y es que no tenemos que verlos morir de nuevo. Ese umbral, afortunadamente, ya lo traspusieron. Es algo que ocurre una sola vez.

Escribo esto, y me acuerdo de Dámaso Alonso, porque esta noche soñé con un familiar que falleció hace casi ocho años:

— Hacía muchísimo tiempo que no te veía.

— No para mí — me dijo ella —; eres tú, que ahora vives lejos.


El panteísmo de Raj Manjul, poeta nepalí

manjul2

 

 

 

 

Con motivo del terrible terremoto que destruyó mucho de Nepal y gran parte de su capital, Katmandú, salió publicado Estampas desde una aldea Nepalí, de Raj Sharma Majul (CELYA, 2015)

Manjul es creador y académico de la Universidad de Katmandú, y la versión poética de este libro es obra del poeta zamorano Jesús Losada, gracias a cuyas palabras he conocido el universo lírico de Manjul.

Se trata, para empezar, de una poesía sencilla, que no simple, accesible, que no vulgar. Predominan los temas de la naturaleza, el pueblo y la creación poética y, como una visión amalgamente de estos, el panteísmo.

El panteísmo, doctrina según la cual Dios (Theos) está en todo (Pan), me fascina por lo que tiene de libertad, por el amor que le profeso a la naturaleza y porque el espiritualismo nace de lo visible, de las montañas y los bosques que se huellan y se huelen.

Pues bien, aunque no haga mención explícita de la divinidad, salta la vista la fusión mística del poeta con la olímpica naturaleza del Nepal.

Valgan estos versos:

Yo estoy en la espuma de cada remolino de las aguas (13)

Yo soy el riachuelo del pueblo (16)

La tarde a veces descansa sobre mis hombros

y a veces el amanecer,

la luz de la luna descansa sobre mis hombros

y a veces el sol,

a veces la niebla, el rocío las estrellas descansan sobre mis hombros. (20)

Y mi favorito, dentro de una reflexión sobre el ser humano que le inspiran las sombras y las luces de las inmensas quebradas de la cordillera:

Cuando veo las cumbres de esas montañas

me quedo horrorizado de mí mismo. (33)